En la Selva Negra (Alemania) vivía un campesino llamado Hermann. La
víspera de Navidad, cuando regresaba a su casa, encontró a un niño pequeñito
tendido sobre la nieve. Lo tomó en brazos y lo condujo al modesto hogar donde
le aguardaban su esposa e hijos, quienes, compadeciéndose del pobre niño,
compartieron alegremente con él la humilde cena que tenían preparada para
aquella festividad.
El pequeño forastero permaneció toda la noche en la cabaña, y a la
mañana siguiente, después de revelar que era el Niño Jesús, desapareció. Cuando
volvió a pasar Hermann por el lugar donde había encontrado al Niño, vio que
habían nacido entre la nieve unas flores hermosísimas. Cogiendo un buen puñado
de ellas las llevó a su esposa, quien les dio el nombre de crisantemos, esto
es, flores de Cristo, o más propiamente, «flores de oro». Y en lo sucesivo,
toda Noche Buena, en memoria del pequeño visitante. Hermann y los suyos daban a
algún niño pobre parte de la cena.
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