Érase una vez un árbol que, para los antiguos celtas centroeuropeos,
tenía una función tan importante como la del haya,metían su leña en el hogar durante la noche del
solsticio de invierno, acto simbólico para protegerse de los rayos del cielo.
Sin embargo, a la misma noche del 21 de diciembre, la llamaban ''la noche del
abeto plateado''. Por eso también quemaban un enorme tronco de abeto, incluso
un abeto entero.
Ahora bien, quienes hayáis visto arder un abeto, sabréis que las
espinas y la resina de este árbol hacen que la combustión sea difícil y
bastante impresionante.
Más tarde, además de asociarse a las nociones de inmortalidad y
eternidad, estos dos árboles se recuperaron para celebrar la Navidad: uno en
los postres en forma de sabroso pastel (el haya) y el otro ejerciendo la
función de árbol de navidad (el abeto).
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