Érase una vez un árbol cuya altura a veces vertiginosa, era un
símbolo de grandeza. Esto no impedía que los hombres de tiempos pasados le
cortaran las ramas para alimentar a las cabras, a las cuales les gustaban mucho
y se dice que sus virtudes las inmunizaban contra las enfermedades que padecían
estos animales de constitución frágil.
Los celtas empleaban madera de fresno para confeccionar sus venablos,
lanzas y flechas. Al igual que los chamanes indios de América, los druidas
rezaban al fresno para invocar a la lluvia en tiempos de sequía.
Pero fue sobre todo en la mitología germánica y escandinava cuando
este árbol desempeño un papel esencial. Es Yggdrasill, el caballo de Odín,
padre de los dioses, dios de los poetas, de los muertos, de la guerra, de la
magia, del éxtasis y de las runas.
Es el Árbol del Mundo, según la Edda, relato mítico y poético de la
creación y de la historia del mundo germánico, Yggdrasill, el Gran Fresno, está
plantado en el centro del mundo, el cual domina y cubre con sus gigantescas
ramas tocando y penetrando el cielo. Posee tres raíces igualmente fabulosas.
La primera se encuentra en el mundo de los dioses.
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