Existía en antiguos tiempos la Ninfa de las Flores, cuyo nombre era
Cloris y a su jardín solía acudir el Espíritu del Viento de Occidente, Céfiro,
enamorado de ella. Vivían en el jardín de la Ninfa de las Flores otras muchas
hermosas ninfas, y, entre ellas, una jovencita llamada Anémona. Un día Céfiro,
demostrando poca afición por Cloris, comenzó a cortejar a la gentil Anémona.
Celosa e irritada aquélla, arrojó a Anémona de su jardín, para que pereciera en
los bosques salvajes. Afortunadamente cruzó un día por ellos Céfiro, y viendo a
la pobre Anémona moribunda, la convirtió en la blanca y graciosa flor que crece
al pie de los árboles cuando florece la primavera.
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