Érase una vez un árbol cuyo fruto sensual y generoso se convirtió,
para los pueblos primitivos europeos, y más tarde para los cristianos y
católicos, en el fruto del pecado, sustituyendo así al fruto original que, a
juzgar por el relato del Génesis, era un higo. Así es como el fruto de la
sensatez y la revelación se convirtió en el fruto del pecado original y tomó el
aspecto de una manzana, y cómo la higuera del Jardín del Edén, situada seguramente
en la región del Tigris y el Éufrates, se transformó en un manzano florido con
la tentadora serpiente enrollada alrededor de su tronco.
Y así, como los prejuicios no desaparecen fácilmente, y hasta se
convierten en más verdaderos que la propia verdad histórica, el manzano reina
en el paraíso desde hace siglos y resulta que Eva dio a morder una manzana a
Adán.
Pero también es cierto que, en otro tiempo, fue una manzana lo que la
diosa Éride, cuyo nombre significa ''discordia'', lanzó a Afrodita, Atenea y
Hera, siendo la primera la más sensual de todas, a quien Paris la entregó.
También es cierto que en los Jardines de las Hespérides, las manzanas
de oro ofrecían la inmortalidad a quienes saboreara su carne.
Así que, después de todo, no es tan sorprendente que la manzana se
haya asociado al fruto del bien y del mal, y que el manzano se haya considerado
el Árbol de la Vida.
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