Érase una vez un árbol de gran longevidad, cuyos frutos, provistos de
no poco valor calórico, nutritivos y deliciosos, que caen de sus ramas en
otoño, fueron el símbolo de la previsión, puesto que el castaño los ofrecía
para el invierno que llegaba.
''La castaña es útil contra toda debilidad del hombre. Come castañas
a menudo, antes y después de comer, y verás cómo tu cerebro se desarrolla y se
llena. Tus nervios se fortalecen y así te pasará el dolor de cabeza'', así es
como Hildegarda de Bingen alababa las virtudes de la castaña en la Edad Media.
Tostadas, hervidas, en sopa o en puré, las castañas se consumían desde la más
alta Antigüedad. Los griegos las llamaban nueces de Heracles.
Un árbol que produce unos frutos tan benefactores no podía menos que
ser honrado por nuestro antepasados, los cuales tenían conocimiento de su
longevidad. Con sus ramas confeccionaban bastones y mangos, a través de cuyo
contacto obtenían nuevas fuerzas y se regeneraban.
A veces, algunas castañas caían por desgracia sobre la cabeza de
alguien y podía causarle daño. Por ello, a partir del siglo XVII, la castaña se
convirtió en sinónimo de tortazo o batacazo.
Así que, actualmente, en el lenguaje popular, darse un castañazo es
darse un buen golpe.
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