Érase una vez un árbol con un encanto que embrujaba. Hasta tal punto
que, en el transcurso del tiempo, a fuerza de sentarse, tumbarse o soñar al pie
de su tronco, hemos acabado creyendo estar bajo su hechizo; puesto que, desde
siempre, el carpe se asoció a los hechizos de los magos, hechiceros y chamanes,
que utilizaban sus ramas para fabricar las varitas mágicas con las que pronunciaban
sus encantamientos para efectos saludables, casi siempre para romper los
maleficios lanzados por seres de dudosas intenciones. Así era cómo se rompía el
hechizo. A menudo, dichas fórmulas estaban grabadas en las varitas, y acabaron
llamándose también encantamientos.
El carpe es de la familia de las betuláceas, por lo que está
emparentado con el abedul, sus flores son femeninas y aparecen en racimos
rojos.
Los celtas, que apreciaban las virtudes protectoras de este árbol, lo
utilizaban para construir defensas contra sus eventuales enemigos. De manera
que le atribuyeron la cualidad de lealtad, ya que la eficacia y la solidez de
las estacas de los carpes, colocados en fila y muy juntos alrededor de las
ciudades fortificadas, nunca les decepcionaban.
No hay comentarios:
Publicar un comentario