Érase una vez un hermosos árbol, cuya especie abundaba en las
llanuras siberianas, y que los habitantes de aquellas regiones frías
convirtieron en árbol sagrado, cortando 7 ó 12 veces seguidas su tronco para
marcar la escala cósmica que une el Cielo y la Tierra.
Los rusos le llamaban árbol de la primavera. Para ellos simbolizaba
una joven casadera; pero también creían que en su corteza se escondía el
espíritu del bosque, el cual tenía el don de proteger contra los malos
espíritus y contra el mal de ojo sólo con posar su mano sobre la cabeza de
quienes le encontraban, para así eliminar los malos espíritus o castigarlos,
según el caso.
En cuanto a los bárbaros de la Galia, éstos fabricaban antorchas que
se encendían los días de nupcias a modo de amuleto de la suerte. Así invocaban
al hada Guilledouce, que a veces se encontraba en el bosque, cubierta
únicamente con su vestido de musgo.
Algunos asociaban el abedul a la Luna y también se utilizaba su
madera para fabricar la famosa escoba de las brujas, sobre la cual, como todo
el mundo sabe, a veces volaban para ir a su aquelarre. Según otros, se asociaba
al astro Júpiter y se le atribuían todas las virtudes protectoras y
benefactoras. Las famosas varas que utilizaban los maestros a principios del
siglo XX para castigar a los niños se confeccionaban de madera de abedul.
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